domingo, 9 de septiembre de 2007

El amor y La Soledad: un salto desde lo imaginario a lo simbólico

“El amor y La Soledad: un salto desde lo imaginario a lo simbólico” Parte I
Por: Jesús Esteban Ruiz Moreno
DESDE LO IMAGINARIO

El amor se asocia, al menos en nuestra sociedad consumista, con las rosas, los regalos, los chocolates (no importa la denominación que sea), los peluches, las cenas románticas, y un largo etcétera. Diariamente vemos al amor mancillado por las condiciones imaginarias que lo rigen a priori. No haremos aquí una apología sentimentalista, no diremos que el amor debe ser lo más bello que le debe suceder a una persona, no diremos que el amor lo perdona todo – como decía San Pablo–[1], no diremos que hay una mitad de naranja en algún lugar del mundo y que es nuestro destino esperar por dicha mitad pues de otro modo nos lamentaremos con Arjona: “...nos reconocimos enseguida, pero tarde. Maldita sea la hora que encontré lo que soñé. Tarde...”[2]




Es nuestra intención poder dar un salto en las dimensiones que nos hemos propuesto; es un intento que haremos pues la condición que atrapa a todos los seres humanos se inserta, y nos remitimos exactamente a lo otorgado por la experiencia y la clínica psicoanalítica, en un terreno que parece no tener salida, y que desde ahora llamaremos el campo de lo imaginario. Envueltos en la maraña de la relación con el Otro nos vemos avocados a desintegrarnos en las mieles infinitas de la promesa de la completud y la no – falta haciendo de esta condición lo indispensable para poder relacionarnos y poder vivir con ese otro[3].



Es así como en la fusión imaginaria que intentamos hacer con el otro nos perdemos en el libreto fantasmático que nos hemos creado desde el inicio de los tiempos. Situémonos en el principio de la historia: es ahí donde empezamos este viaje de elucubraciones y respuestas marcando y creando nuestros propios fantasmas que nos van a rodear hasta la muerte: vano intento de defendernos de ese Otro que nos puede dar la vida o nos puede arrojar al olvido absoluto que supone muerte y destrucción bajo sus máscaras más siniestras, nos creamos la defensa posible contra lo que supone lo implacable y lo inafrontable, defensa que llamaremos respuesta imaginaria, esa respuesta que se constituye dentro de lo que denominamos fantasma, respuesta a medias con la cual poder seguir con la vida aunque sea soñando con los ojos abiertos e inventando historias para no enfrentar la realidad que nos persigue con su ascendente de lo Real, Real del cual no podemos escapar[4].

La experiencia nos enseña una simple e inmediata cosa que se remite a la infelicidad fundamental del sujeto, esto quiere decir que esta respuesta, este inventar fantasmático no será suficiente nunca contra lo acuciante de la existencia y hasta esta arma, que se ha inventado el sujeto en los recovecos más oscuros de su historia, se convertirá en una amenaza de doble filo, puesto que, donde él necesitaba un refugio para esconder la puesta en juego de su subjetividad, encuentra una salida “barata” y “fácil” que es enmascararla detrás de un escenario de fantasmagoría. La experiencia de nuestros pacientes nos enseña que esta fantasmagoría regresa y atormenta de un modo que nunca podrá deshacerse a través de la misma respuesta, no hay salida en el estatuto imaginario donde el sujeto se inserta y pone en juego, no su subjetividad, sino sus inserciones imaginativas – más no creativas[5]-.

Claramente vemos que hay una atenuación de lo imaginario a través de la respuesta del sujeto, lo que Freud denominaba la compulsión a la repetición: encontramos que el sujeto responde por la vía fantasmática y esta respuesta no hace más que reventar, al mismo personaje, de más fantasmas y más imaginerías en vez de salvarlo de lo fundamental que lo atormentó alguna vez y que desde algún lado sigue golpeando de forma siniestra. Esta arma, en la cual el hombre creía verse en protección y refugio, se hace ahora con su filo más atroz que es el que se vuelve contra el propio inventor y lo destaja una y otra vez en los sablazos de lo imaginario que lo ataca sin cesar y lo sigue desmembrando, aun así, éste crea que lo tiene todo completo y no tiene necesidad de nada. De esto recuerdo una paciente que me dijo que lo tenía todo, que no le hacía falta nada, pero que en alguna parte de ella algo le faltaba.

Hay una trampa fundamental en esta vivencia que llamamos fantasma que no es otra cosa que lo imaginario en una de sus máximas expresiones, una de sus expresiones por excelencia. Jacques Lacan, psicoanalista francés, describe como una de las características fundamentales del registro de lo imaginario, de la imagen en cuanto tal, la captura del sujeto[6], cautivarlo para introducirlo en los laberintos de lo imaginario y no soltarlo más. Podemos decir que vivimos entre el miedo a lo arcano y el engaño que nos propone el registro imaginario con felices ensoñaciones, bueno, que intentan hacernos felices. Freud describió el proceso del fantasma, de la fantasía[7] con gran justeza en cuanto al hecho de que el sujeto crea un libreto fantasmático para poder ajustar la realidad a su realidad, –lo que denominamos realidad psíquica, –y poder encontrar una respuesta a las condiciones que se le imponen, no tanto como exigencias perceptivas, sino como tramitaciones frente al deseo. La persona encuentra una salida a su deseo cuando inventa este fantasma para poder satisfacer las exigencias que en la realidad serían imposibles de cumplir. Por otro lado, Lacan avanza y gira la tuerca que Freud instaló al pensar la función del fantasma, además del desempeño de la tramitación, como la puesta en juego de una defensa frente a la incompletud, frente a la falta[8], frente a sabernos que estamos solos y que siempre así estaremos... En este registro intrincado y necesario para el sujeto se inserta la experiencia del amor. Recordemos la conocida fórmula freudiana que destila una concepción del amor desde la experiencia psicoanalítica, la que dice que el amor es la ilusión de completud que busca siempre el sujeto, es decir, la búsqueda perpetua del sujeto para fusionarse con su objeto y así ser completo. Es precisamente por este carácter ilusorio que se sitúa dentro del plano de lo imaginario. Lacan está de acuerdo también en pensar que el amor es imaginario en toda la magnitud del término aunque presenta otras características que iremos recorriendo más adelante. Dice de esto que el amor es una experiencia narcisista[9], esto no quiere decir otra cosa que el amor se sitúa dentro del plano de narciso y su imagen, el yo y el otro[10], es en esta conducción, en este camino donde se inserta el fenómeno amoroso, donde Lacan ubica la relación imaginaria.

Queremos hacer un salto a lo simbólico, creo que es necesario y prudente y posible...

[1] 1 Corintios, cap. 13, 7.
[2] ARJONA, Ricardo. Sin daños a terceros, Tarde. Tarde.
[3] GALLANO, Carmen. La alteridad femenina. Medellín. Edita Asociación de Foro de Psicoanálisis del campo Lacaniano de Medellín. 2002. p 12.
[4] Lo Real en el psicoanálisis determina las condiciones que le son extrañas al ser humano al punto de ser imposible algún tipo de tramitación, condiciones que son intratables para él. Debemos mencionar que lo Real difiere de la realidad en tanto la última sólo es producto de una operación discursiva que realiza el sujeto.






[5] Observando que lo imaginativo se remite a lo imaginario y lo creativo a lo simbólico.
[6] DYLAN, Evans. Diccionario Introductorio de Psicoanálisis Lacaniano. Buenos Aires. Paidós. 1997. p. 47.
[7] En la teoría se puede hacer la transición de esta palabra (de fantasma a fantasía) porque el fin de ésta nos remite a lo mismo: la formación fantasmática del sujeto y las fantasías que crea de manera consciente – sueños diurnos y ensoñaciones – y el fantasma inconsciente – fantasma originario.
[8] LACAN, Jacques. El Seminario, Libro IV, La Relación de Objeto. Buenos Aires. Ediciones Paidós. 1994.
[9] LACAN, Jacques. El Seminario, Libro XI, Los Cuatro Conceptos Fundamentales del Psicoanálisis. Buenos Aires. Ediciones Paidós. 1995.
[10] Aquí el otro no es mas que la imagen misma del propio yo.

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