lunes, 12 de noviembre de 2007

Amarte detrás de la ventana

POR: Esteban Ruiz Moreno

Las circunstancias me han arrojado hasta aquí, hasta estas sombras que siempre quise esquivar y que, de alguna manera, en su inexistencia, me sostenían. Ahora solamente tengo mis palabras para poder llegar hasta ti, mis palabras como un puente colgante, mis palabras como lo único que tengo, mis palabras justo como lo que un día me dijeras: “tú sólo eres palabras”. Como sólo soy mis palabras sólo mis palabras te doy, porque no tengo nada más que darte, sólo lo que soy, pero siempre recuerda: me fundo en mi palabra. De modo que estabas bien al decir que sólo palabras soy…
Ahora ¿por qué te escribo? ¿Por qué espero tantos años para hablarte? Simplemente porque cuando no hay espacios que nos permitan esclarecer lo que se ha visto siempre cubierto por la sombra es mejor esconderse en un muro pequeño de papel, es mejor decir las cosas a través del cadáver propio de la palabra escrita, es más importante poder esgrimir nuestros argumentos en esa soledad tanto de mi lado, como del tuyo. Es importante para mí que no escuches el temblor que acontece cuando dan ganas de llorar, tampoco quisiera que sintieras lo febril de la piel de mis manos, en menor medida esperaría que mires mis ojos que son signo: lo trémulo y el dolor conjugados inmisericordemente, eternamente. Por eso lo hago desde las sombras de mi alma y la luminosidad del papel virgen.
Algún día mataste las palabras e indicaste su cadáver yaciendo en el mausoleo blanco: “tú fuiste el mejor instante de mi vida”… Yo solamente quisiera quedarme en ese instante, quisiera que el tiempo no pase nunca, quisiera saber que sigo siendo esa pequeña brisa que se nos escapó a los dos en una noche de frío y miedo. ¿Aún soy tu instante? Entonces soy eterno, porque los instantes no se acaban, porque los instantes no mueren, porque los instantes no emigran, los instantes quedan para siempre grabados, fijados, incesantes, imposibles, traumáticos. Los instantes son eternos, quedan con un sino de marca que es imposible borrar y en eso consiste su eternidad, consiste en que se quedan para siempre.
¿Recuerdas las cortinas pesadas y empolvadas de la niñez que no podías abrir con tus fuerzas infantes? ¿Qué se busca detrás de las cortinas sino la luz clarividente? Yo no soy un santo, tampoco un monje, solamente estoy revelando mi alma, desnudándola ante ti. Como ves no me gusta hablar de lo que siento, por eso esperé tanto tiempo para hacerlo. Las cosas que no se atienden a tiempo regresan como vendavales asesinos destruyendo toda resistencia puesta en contraposición a su fuerza demoledora, de la misma forma regresaste aquel día como eras, la de antes, de la que me enamoré, sin tanta máscara, sin tanto desliz, sin tanta infelicidad, sin tanto sufrimiento en tus ojos y tu boca, sin tanto tiempo pasado por el brillo de tu rostro, sin tanta vejez corroyéndote la piel.
Imagina que entras a un cuarto viejo y empolvado, donde se siente el olor a añejo, este cuarto tiene inmensas ventanas pero tapadas con gruesas cortinas que en su grosor detienen toda luz posible, el cuarto está vacío, o si quieres lleno, eso no importa, no puedes ver nada mientras tu pupila se acostumbra, no ves nada, soy yo el que se esconde tras las cortinas, soy yo y no puedes verme, pero yo te veo ayudado por la claridad exterior, así tengo que quererte, avocado a la luz exterior y escondiendo mi propio sentir frente a todo, tal vez porque la vida lo quiso así, tal vez por el destino, tal vez por mis miedos incontenibles, tal vez por mi locura anticipada. Es así como las sombras me permiten esconderme para, solamente por hoy, hacerme ver un pedazo del rostro corriendo un poco la cortina y encegueciéndote con la luz del mediodía.
13-Nov-07

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